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Ken Wilber El ego y la infelicidad

  • mariajesusdaroch
  • 21 may 2017
  • 2 Min. de lectura

El ego no es un verdadero sujeto. El ego no es más que otro objeto. En otras palabras, tú puedes ser consciente de tu ego, puedes ver tu ego y, aunque ciertos aspectos del ego sean inconscientes, todos ellos pueden, al menos teóricamente, llegar a convertirse en objetos de conciencia. El ego se puede ver, se puede conocer. Y, si eso es así, jamás puede ser El-que-Ve ni El-que-Sabe ni el Testigo. El ego no es más que un puñado de objetos mentales, un conjunto de ideas, de símbolos, de imágenes y de conceptos mentales con los que nos hemos identificado. Nos identificamos con esos objetos y luego los usamos como algo a través de lo cual miramos, y por consiguiente, distorsionamos el mundo.

La mayoría de las disciplinas intelectuales occidentales no tratan del “mundo propiamente dicho” y de lo que se ocupan es de las representaciones simbólicas de dicho mundo. Por muy detalladas e ilustradas que sean dichas representaciones, no pasan de ser simplemente eso: meras representaciones.

La persona más desarrollada es aquella que puede ponerse en el lugar del mayor número de personas.

Una correcta ciencia es fundamento de una correcta espiritualidad, y viceversa. En el desarrollo transpersonal del Ser, la una no puede co-existir sin la otra. Por ello, puedo afirmar, y sin temor a equivocarme, que una profunda, real y coherente […] base psicoterapéutica de la persona es condición necesaria y paralela (en este sentido) para alcanzar una aceptable y plena realización del Ser (en su sentido más integral). De lo contrario, se caería en el llamado “by-pass espiritual”.

El momento de descenso y descubrimiento empieza en cuanto uno se siente conscientemente insatisfecho con la vida.

Al contrario de lo que opinan la mayoría de los profesionales, esta torturante insatisfacción con la vida no es un signo de “enfermedad mental”, ni un indicio de inadaptación social, ni un trastorno del carácter.

Esta infelicidad básica ante la vida, oculta el embrión de una inteligencia en desarrollo, especial, generalmente sepultada bajo el peso inmenso de las farsas sociales.

Cuando una persona comienza a experimentar el sufrimiento de la vida, empieza al mismo tiempo a tener conciencia de realidades mas profundas. Y mas válidas, pues el sufrimiento destruye la complacencia de nuestras ficciones habituales acerca de la realidad y nos obliga a despertar en un sentido especial: a ver con cuidado, a sentir con profundidad, a establecer contacto con nosotros mismos y con nuestro mundo, y hacerlo de manera que hasta entonces habíamos evitado.


 
 
 

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